Y aquí...

Bienvenido a tu cabeza.

Grito.

Grito.

lunes, 1 de junio de 2015

Cortísima disertación sobre nada, y todo.

Y entonces, ¿de qué sirve una noche si no es para crear?

La compañía de un amigo es un bien subvalorado y vanamente apreciado. El sabor que te deja en los carnudos labios una firme y marrón botella de cerveza no tiene comparación. El etílico te lleva, te sube, te baja, te contrae y expande de mil maneras que nunca podrías imaginar. No se trata de simplemente ingerir por ingerir una bebida llena de mito, leyenda y canción. Se trata de amar y apreciar y aguardar, sostener, soportar la espera que te lleva a un inalcanzable éxtasis de dolor, cuando no la tienes cerca.

La de liquido metálico, grisáceo o negro mate, esa que te acompaña en las duras, maduras e imposibles. 

Cuando raspas, rascas y golpeas una de 6 cuerdas al ritmo de las vibraciones nocturnas aprendes a sentir pasión por la vida. Pero no hay espacio para guitarras en mi vida.

Dentro de todo lo pálida y desgraciada que puede resultar esta ciudad, su negro negro cielo, sus amarillentos focos de luz, cada uno de los techos oxidados y de bordes naranjas que cubren a su gente, crean un paisaje complejamente familiar, aunque eso conlleva unos compromisos de densidad incomparable e irresponsabilidad muy mía, muy mía. 

Y sí, estamos allí sobre el verde pasto, el mojado suelo y las dolorosas piedritas que se encuentran clavadas en nuestras nalgas. Piedras que asemejan lápices que nos envían al ruedo, sobre el papel, sobre las hojas, sobre lo que podemos ser. 

Nos imaginamos juntos, como jóvenes que soñamos, un mundo que puede cambiar, que debe ser mejorado y que se encuentre supeditado a nuestra(s) imaginacion(es). Y pensamos, repensamos y quemamos neurona, y nos insultamos, casi sollozamos y gozamos juntos, soñando y soñando sobre lo que puede ser, y queremos que sea, y si brother juntemos esfuerzos, que el mundo no puede ser tan complejo y rayado para omitirnos de su perenne juego. 

Pero resulta que a medias tenemos razón, y el mundo no es tan complejo como imaginamos, reboza nuestro pensar, sube por las piedras del destino y se estrella contra las paredes del olvido. Porque no, no somos tan grandes, fuertes, musculosos, importantes, verdes, asesinos, caníbales, trapecistas, saludables y cuidadosos como el mundo nuevo lo requiere. 

Él necesita gente más cuadrada y menos nosotros, mientras más de nosotros nos quedamos como ellos y perdemos la pasión. 

Entre sorbo frío y caliente nos turnamos la bebida, también las desesperanzas y el pesimismo; regalamos nuestro pensar arduo y trabajado al espacio que nada retiene y todo lo sostiene en su lugar. Desplazamos en cada uno de nuestros cerebros el lóbulo frontal al lugar del temporal. Si Johnny Cash quiere mover nuestros ojos esta noche, está bien por mi. 

Tal vez lo que creamos durante cada salida de la Luna es significante y ridículo; tal vez lo que creamos en cada momento de nuestra existencia es ridículo y a la vez irónico; tal vez lo que destruimos tiene connotaciones humanamente más claras; pero muy posiblemente, al destruir estamos creando, y durante cada largo sorbo del metálico liquido, grisáceo o negro mate, que pasa por nuestros labios, recorre nuestros incrustados dientes y desemboca en nuestra seco y repugnante Yo, estamos destruyendo una vida que no logra apropiarse de si misma, y creando una nueva, una libre, compleja, loca, clarioscura, bailarina, rimbombante, suprema, espaciosa, inteligente, aturdida y mucho más humana vida. 

Pero a todas estas, ¿qué sé yo?
Incómodamente sensible, porque sí.